Felipe López Pérez
Juchitán Oax.-
Cuando se registró el movimiento social y político más importante del Istmo oaxaqueño, así como surgieron a la palestra un grupo de jóvenes irreverentes que se manifestaron contra las desigualdades sociales de este apartado rincón del país, también y a la par, surgió un gran movimiento cultural, dónde destacaron de inmediato varios jóvenes, hombres y mujeres que, con una gran avidéz, sorprendieron el mundo con sus aportaciones dentro del arte y la cultura.
Varios de estos valiosos juchitecos brillaron en el universo de las letras, muchos más en las composiciones musicales y un buen grupo dentro de la plática, la pintura istmeña, que sin ella no se podría hablar de la pintura oaxaqueña.
Uno de estos hombres creativos es sin duda alguna Óscar Martínez al que se le podría considerar como el Chagall Oaxaqueño, por la calidad extraordinaria de sus obras.
Al igual que aquel pintor francés de origen Bielorruso, Óscar Martínez es un mago de la pintura, un creador incesante, irreverente también, un artista que rompe con todo.
En el surrealismo deja una profunda huella todos los días. Así, incansable, se desprende del alma para pintar con una gran pasión. Es fácil advertir cómo le falta el respeto al lienzo para romper con los diversos escenarios que muchos no se atreven hacer.
Que si es uno de los grandes de la pintura istmeña, por supuesto que lo es. Que no hemos sabido apreciarlo es otra cosa. Pero mientras llega la hora de valorar su obra, él continúa creando calladamente, sin tanto ruido como acostumbran muchos.
En sus lienzos fantásticos hay un diálogo perverso que encuadra un abanico de estilos y expresiones que sorprende a cual más.
Los colores lujuriosos de la tierra, mujeres sensuales, extremadamente bellas y agónicas, pájaros que se convierte en nahuales, perros-lobo que esconden sus fauces con peces en movimiento y rostros cadavericos, casi monstruosos en agobiantes negros estupendos, azules, rojos en expectros agonizantes, bajo el enigma que crean las sombras y las figuras de esqueléticos alcaravanes. Así es la obra del maestro Óscar Martínez.
El suyo denota que tiene un fondo musical, porque los colores danzan, se entrelazan interminables, con un profundo lenguaje difícil de ignorar.
Pero antes de que muchos iniciaran en el arte de pintar, nuestro Chagall Oaxaqueño, ya estudiaba arquitectura, y desde aquel tiempo los trazos se habían convertido en algo común para él.
Dentro del movimiento social que se vivió aquí hace poco más de 30 años, muchos de los dirigentes políticos recurrieron a él, por su sabiduría, su trabajo, para crear una nueva forma de hacer propuestas políticas. Entonces las paredes pintadas por Óscar Martínez llegaron a expresar más que lo que podían decir los líderes sociales. Pudo haber sido un tiempo perdido para él, pero, para los que apreciamos los murales que pintó en todas partes, avalamos con gusto el trabajo que nunca reconocieron aquellos luchadores políticos.
Pero con o sin la amistad de estos. Con o sin riqueza, con o sin fama, Óscar Martínez sigue pintando, creando las obras modernistas, de manera sorprendente.
Si de algún premio ha sido merecedor, y vaya que los ha recibido, el no dice nada, continúa pintando, seguro y consciente de que en el arte y la cultura solo se aporta con trabajo para ser grande.
Por supuesto que podríamos mencionar a unas cinco personas que de manera incansable construyen una escuela que permite hablar hoy de la existencia de la pintura istmeña, que encabezarÍa el maestro Francisco Toledo. Los hay, artistas zapotecas, huaves y hasta mixes con reconocimientos extraordinarios, pero en nuestro querido istmo, Óscar Martínez tiene una singular presencia. Esta muestra que presenta el Foro Ecológico y que tiene ante sí, habla de esos valores.